viernes, 21 de abril de 2017

Punto de Fuga

Momentos antes de que el pescante se precipitase contra el muelle y arrastrase en su caída al contramaestre Gauna, encargado de la estiba del bergantín, un cuervo había sobrevolado la cubierta y llamado la atención de la marinería con su graznido. Es conocida la querencia del hombre de mar por el augurio y, aunque el cuervo no forma parte de la negra tradición marina, al contrario que el cormorán o el alcaraván, la tripulación consideró aquella concatenación de hechos como la señal definitiva del mal fario que se había adueñado del “Patna”.
Gauna fue velado en la oficina de la consignataria con la delicadeza de quien estampa un sello en un formulario aduanero, con simulados dolientes que más bien parecieran cumplimentar un trámite mil veces repetido, y con la ausencia de sus compañeros, que prefirieron la taberna. 
El capitán Casares, recluido en su camarote, no bajó del barco. Solo cuando la noche cayó sobre la bahía se animó a salir a cubierta. Se acodó en la barandilla de babor, fijó su atención en el chapoteo del agua contra el cantil y revivió el primer entierro del contramaestre. Lo volvió a estremecer el recuerdo del traslado del féretro hasta el cementerio en una barcaza que se dejaba arrastrar por la corriente ascendente del río.

Benbow conserva el olor a viejas rencillas y el eco de ofensas resueltas a punta de navaja. El mostrador, salpicado de muescas que recuerdan las venganzas consumadas, ocupa el fondo de una amplia estancia en la que aún reverbera el rumor punzante de una concertina. A la derecha, barriles apilados dan fe del género preferido por los parroquianos. Enfrente, dos grandes arpones colgados de la pared delimitan un ajado mural que evoca la epopeya del “Essex”: la escena recrea el momento en que la ballena blanca se dispone a atacar una barcaza, mientras el arponero, de pie en proa, prepara el lanzamiento ante la mirada aterrorizada de los remeros. Del techo de la venta cuelga un candelabro circular con cinco velas que apenas iluminan su interior, pero que dibujan el contorno de quien, sentado en un rincón, escribe la primera frase de un libro: “Llamadme Ismael”.
Jim fue enrolado en el “Patna”, como el resto, la víspera de la partida. Ahora, entre medida y medida de ron, él y los demás constatan la ignorancia compartida sobre el punto de arribada, lo que sumado al desconcierto por la brevedad de la singladura acrecienta entre ellos temores sobrenaturales, amén de alimentar nuevos recelos contra el capitán. 
Un lugareño de aspecto sombrío que se presenta como Edgar aprovecha la susceptibilidad del auditorio para relatar la historia de un bella joven asesinada que yace junto al malogrado Gauna y cuyo espíritu ronda la villa en las noches quietas y neblinosas de verano.
El impetuoso Mario, siempre atento a cualquier cuento sobre damiselas, consigue alzar su voz entre la bulla y pregunta: ¿Cuándo fue que se jodió todo? Mañana, mañana seré libre, responde presto Edmundo, sin que Alejandro, dos mesas más allá, se dé por aludido.
Ernest hace sonar la campana premonitoria del fin de fiesta, así que el grueso de la tripulación abandona la taberna dando tumbos. Los marineros enfilan el muelle siguiendo, en sentido contrario, la ruta que habían tomado tras desembarcar del “Patna”. Sin embargo, el camino los conduce hacia la cuesta del camposanto. No dan mayor importancia al asunto y, achacando el error de orientación a la ingesta excesiva de licor, dan media vuelta. Sin embargo, a medida que regresan, más lejos están de la rada. Optan entonces por volver a la taberna, pero tampoco en esta ocasión consiguen su propósito y, encabezados por Pedro, acaban en un páramo inverosímil. Más confundidos que enfadados, más humillados que desafiantes, los rudos navegantes se ven obligados a servirse de las estrellas para establecer su posición. No logran identificar ninguna constelación en la centelleante bóveda que les aplasta el aliento. Sí ven, en cambio, cómo hacia el oeste la silueta de un barco parecido a un bergantín navega bajo la tenue luz de la luna. Maldicen su suerte.

Dos marineros prefirieron quedarse en la taberna para apurar otra botella y ahora dormitan sobre las mesas en medio de emanaciones etílicas, ajenos por completo a las emisión de la pantalla de televisión 4K UHDV. Un locutor da cuenta del último descubrimiento realizado por el doctor Bradbury, famoso por haber sido el primero en detectar las ondas gravitacionales predichas por Albert Einstein: la deformación en el tejido espacio temporal que se produce violentamente en las proximidades de dos agujeros negros o cuerpos de gran masa, desvirtuando por completo los convencionalismos sobre el tiempo y el espacio, no son exclusivos de este tipo de eventos cósmicos, sino que pueden reproducirse a escala menor en cualquier planeta de nuestro propio sistema solar. La investigación ha permitido detectar un punto de fuga en la Tierra, donde es o ha sido posible la fractura del citado tejido en coincidencia con la llegada de una onda gravitacional intensa. La distorsión, explica el locutor, no permite deducir por el momento la existencia de universos paralelos ni confirmar la controvertida teoría de la fusión creativo-ficcional.

Casares ordena la estiba del bergantín al contramaestre Gauna, mientras una gaviota revolotea el sobrejuanete mayor. Acabada la maniobra, el Patna parte sin novedad, pero  con rumbo incierto. En su camarote, el capitán tacha otro nombre en una lista escrita en el cuaderno de bitácora en la que permanecen Comala, Macondo y Yoknapatawpha.

3 comentarios:

  1. Conrad, Stevenson, Melville, Aldecoa... ¿cuándo te has colado en mi biblioteca? Escritores hay muchos, pero grandes lectores como tú no hay tantos.

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    1. Muchas gracias. Seguro que también tienes a Bioy Casares, Poe, Rulfo, Hemingway, Faulkner, Vargas Llosa, García Márquez... que han metido sus narices en el relato de alguna u otra forma.

      Tu comentario me ha emocionado. Muchas gracias de nuevo. Nos vemos en los libros


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